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¿Sabías qué?: El 22 de agosto se celebra el Día Mundial del Folklore

El Día Mundial del Folklore se celebra cada 22 de agosto, fecha proclamada por la UNESCO en 1960 con el propósito de otorgar reconocimiento a las manifestaciones populares y tradicionales de las culturas del mundo, poniendo en valor aquellas expresiones que han construido su historia e identidad, y que reflejan la diversidad y riqueza de sus comunidades y territorios.

El término folklore, también escrito como folclore o folclor, fue acuñado el 22 de agosto de 1846 por el arqueólogo británico William Thoms, en la revista The Athenaeum, al definirlo como el “saber del pueblo”, vinculando las palabras folk (pueblo) y lore (conocimiento).

Tanto la efeméride como el concepto se han consolidado como un campo fundamental para comprender y promover la identidad cultural de los distintos territorios, así como la manera en que preservan su memoria colectiva. En esta línea, la UNESCO incorporó en 2003 la categoría de patrimonio cultural inmaterial, reuniendo aquellas “prácticas, expresiones, conocimientos y saberes transmitidos de generación en generación que constituyen parte de la identidad de una comunidad». Este principio quedó establecido en la Convención para la salvaguardia del patrimonio cultural inmaterial, un acuerdo internacional para proteger las expresiones culturales vivas y garantizar su transmisión a las futuras generaciones. 

En Chile, el folklore se ha consolidado como espacio de encuentro y celebración de diversas prácticas, oficios y tradiciones culturales y artísticas, así como de estudio y reconocimiento de su dimensión social, territorial y comunitaria. La valorización de estas expresiones vivas y dinámicas, surgidas y sostenidas por las propias comunidades, dio impulso a los primeros estudios académicos, que inicialmente se centraron en el registro y la documentación, y posteriormente en profundizar la interpretación de sus contextos y significados sociales. Archivos que datan del siglo XIX permiten examinar los usos y quehaceres cotidianos que conforman las costumbres populares, mientras que, a lo largo del siglo XX, surgieron conceptos como cultura popular y cultura tradicional. Desde el ámbito institucional, el folklore se consolidó en 1909 con la creación de la Sociedad de Folklore Chileno, dirigida por Rodolfo Lenz. Su desarrollo se fortalece en la década de 1940 con la Asociación Folklórica Chilena y el Instituto de Investigaciones del Folklore Musical de la Universidad de Chile, donde investigadores como Pablo Garrido, Margot Loyola y Violeta Parra ampliaron sus trabajos hacia las raíces populares, indígenas y afrodescendientes. Desde los años 50, la aparición de conjuntos folklóricos como Cuncumén impulsan la llamada “proyección folklórica”, vinculada a festivales y agrupaciones como la Confederación de Conjuntos Folklóricos y la ANFOLCHI. En paralelo, académicos como Raquel Barros, Manuel Dannemann y Fidel Sepúlveda aportaron metodologías y reflexiones que concibieron el folklore tanto como objeto de estudio científico como una forma de arte- vida. Posteriormente, investigadores como Juan Uribe Echevarría, Gabriela Pizarro y Héctor Pavez profundizaron en el concepto de cultura tradicional, entendiendo estas expresiones como manifestaciones de la vida cotidiana y comunitaria. En la década del 60, folkloristas como Patricia Chavarría, promovieron también el estudio y la enseñanza, especialmente, de los relatos y cantos de las mujeres campesinas.

En la actualidad diversas iniciativas, proyectos y plataformas digitales institucionales fomentan que las comunidades participen activamente en la conservación y difusión de su patrimonio. Estas acciones incluyen actividades educativas, registros y publicaciones, que permiten a las personas compartir sus conocimientos y saberes con las nuevas generaciones, y facilitan la visibilidad de estas expresiones en espacios públicos y también virtuales, ampliando su alcance y promoviendo su continuidad. 

La celebración del Día del Folklore invita a valorar estas culturas como un patrimonio vivo, donde raíces y procesos contemporáneos conviven. Un espacio de resistencia cultural, donde la memoria se renueva y se proyecta hacia el futuro, reconociendo en las tradiciones un recurso de creatividad, cohesión y pertenencia.