¿Sabías qué?: El 1 de octubre fue el desastre de Rancagua, un símbolo de resistencia y sacrificio patriota

Un día como hoy, hace 211 años, se libró en Rancagua una de las batallas más cruentas y decisivas de nuestra historia: el llamado desastre de Rancagua. Desde 1810, Chile había iniciado su camino hacia la independencia bajo el liderazgo de figuras como José Miguel Carrera y Bernardo O’Higgins, quienes pese a sus diferencias, encabezaban a los bandos patriotas.
Para 1814, tras los primeros pasos de autonomía que significó la Primera Junta de Gobierno, el proceso se orientaba con mayor fuerza hacia la ruptura definitiva con la Corona. En este escenario, el Imperio español decidió recuperar el control de los territorios que consideraba propios y envió refuerzos para sofocar lo que veía como una insurrección. En agosto de ese año desembarcó en Talcahuano el brigadier Mariano Osorio, militar de amplia experiencia y principal antagonista de este conflicto, al mando del Ejército Talavera compuesto por 500 soldados profesionales bajo la dirección del general Rafael Maroto. Pronto se sumaron más contingentes realistas, llegando a contar con cerca de 5.000 hombres, con disciplina, armamento moderno y preparación militar.
En contraste, las fuerzas patriotas eran más numerosas, más de 6.000, pero estaban integradas en gran parte por villanos (habitantes de las villas), campesinos, artesanos, jóvenes, ancianos e incluso niños. Según señaló el historiador y naturalista Claudio Gay, en su mayoría provenían de las capas más humildes de la sociedad y carecían del armamento y la formación adecuada. La valentía no suplía la desigualdad evidente entre ambos ejércitos, lo que hacía aún más difícil la resistencia.
A las dificultades materiales se sumaban las divisiones políticas y estratégicas. Carrera y O’Higgins habían sostenido recientemente el enfrentamiento de las Tres Acequias, y sus discrepancias sobre cómo enfrentar a los realistas debilitaron la cohesión patriota. Mientras los hermanos Carrera proponían esperar parapetados en la angostura de Paine, O’Higgins insistía en bloquear el paso enemigo desde la cordillera por un sector del río Cachapoal. Finalmente, O’Higgins, que conocía los movimientos enemigos gracias a espías, decidió atrincherarse en Rancagua —entonces llamada Villa Santa Cruz de Triana— y fortificar improvisadamente la ciudad con los materiales aportados por los vecinos, a la espera de refuerzos que nunca llegaron.
El 1 de octubre de 1814, Osorio avanzó sobre Rancagua y comenzó el asedio desde el sur. Los patriotas, que habían levantado trincheras y barricadas en la plaza mayor, lograron repeler el primer ataque frontal de Maroto, pero Osorio respondió ordenando bombardear la ciudad desde los cuatro costados. El combate se prolongó durante treinta y tres horas, en medio de un fuego incesante y grandes pérdidas humanas. Para agravar la situación, los realistas cortaron la acequia que proveía de agua a la ciudad, dejando a soldados y vecinos sin este recurso vital e imposibilitados de enfriar los cañones.
El 2 de octubre, agotados y sin provisiones, los patriotas intentaron romper el cerco y abrirse paso, pero fueron duramente reprimidos. La ciudad quedó ocupada, centenares murieron en las calles y la derrota selló el fin de la Patria Vieja. Santiago fue abandonado poco después, y se inició la llamada Reconquista española: un periodo marcado por la represión y el control imperial. Muchos patriotas cruzaron la cordillera y se refugiaron en Mendoza, mientras otros fueron apresados y enviados a la isla de Juan Fernández.
Lejos de extinguir la causa, el desastre de Rancagua se transformó en un símbolo de resistencia y sacrificio. La derrota reforzó la determinación de los patriotas, quienes reorganizaron sus fuerzas en el exilio y años más tarde, volverían a la carga con el Ejército Libertador, logrando la victoria en Chacabuco en 1817.
La batalla de Rancagua no solo representó una derrota militar, sino también un hito que marcó la transición entre la Patria Vieja y la Reconquista, dejando en claro que la independencia de Chile sería un proceso largo, difícil y profundamente costoso.